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Una vez en la playa

Una vez en la playa… Era un verano típico de Buenos Aires, y como de costumbre, con mis amigas nos fuimos a la costa. Como todos los años desde hacía un tiempo, me había comprado una bikini nueva para estrenar en las vacaciones. Esta vez había elegido un modelo de triángulitos, con unas tiritas finitas en en los costados y una tanguita cavada en la cola.

Ese verano, salimos desde Retiro en un micro repleto de turistas que se dirigían a la ciudad balnearia de Villa Gesell. En el vehículo, además de mis amigas y algunas personas mayores, había otros chicos de nuestra edad; unos cuantos bastante lindos, que cuando nos vieron esperando en la terminal, no dejaron de mirarnos. Entre ellos, había uno que me miraba especialmente a mi. En un principio de me dio vergüenza, pero la verdad que el chico era lindo y… ¿quién dice? Quizás ese
iba a ser “mi verano”, no pude evitar pensar.

En el viaje


Durante el viaje volví a cruzar unas miradas con ese chico y que me siguiera coqueteando, la verdad, es que me hizo sentir muy bien y me subió el ego.

Después de unas horas de viaje, llegamos a la terminal de los pinos en Gesell y nos fuimos caminando a la casa de una de las chicas donde habíamos hecho parada los últimos veranos. Nos instalamos de a dos por habitación, dejamos los bolsos y nos cambiamos para salir a hacer las compras y, después, ir a la playa. Así que agarré mi bikini nueva, me la puse, me miré al espejo, estaba hermosa… bien ajustada, chiquitita… Estaba ansiosa por lucirla y broncearme un poco en la playa. Le mostré mi nueva bikini a mis amigas, me pusé un shorcito de jean y una remerita suelta, y nos fuimos a comprar.

¡Llegamos al fin!



Ahora sí, con las provisiones para la quincena y la bikini puesta, partimos hacia la playa. Todos los veranos íbamos a una zona que está cerca del muelle. Llevamos nuestras mantas, mate y algunas cositas para comer.

Nos ubicamos en la playa, extendimos las mantas y nos fuimos acomodando. Una vez sentada, empecé a mirar a mi alrededor y noté que esa zona estaba mayormente ocupada por gente joven, otros grupos de chicas, chicos… muchos chicos lindos, en cuero, bronceados.

Hacia mucho calor, así que me saqué la remerita y el short, lo que me tomó un poco de esfuerzo porque estaba un poco ajustado… Y acá les voy a contar un secreto, en especial a los chicos, porque por más que crean que una está concentrada en sacarse el pantalón sin hacer poses muy raras, ¡seguimos viendo lo que están haciendo! Así que en ese momento, me di cuenta que tenía algunos voluntarios para pasarme el bronceador. De todas formas, no es mi estilo, así que le pedí a Barby que me pasara el bronceador y me puse a tomar sol escuchando música.

Ya en la playa


Después de un buen rato, el calor ya era agobiante. Era una hermosa tarde calurosa, con poco viento, y todo ese rato recostada en la arena me había dado ganas de meterme un poco al mar. Así que junté mis cosas, le avisé a las chicas que iba a ir un ratito al agua y me levanté. Una vez de pie, levanté la vista para mirar el mar, el muelle un poco a lo lejos y la playa.

Entonces noté algo que me llamó la atención y me hizo sonreír: los chicos que habían viajado con nosotras se habían ubicado estratégicamente a unos cuantos metros de nuestro lugar.

Le hice un gesto a Barby y le señalé donde estaba el grupo en cuestión con disimulo. Ella se rió y se encargó de mantenerlos a la vista. Entonces, finalmente decidí dirigirme al mar. El agua estaba hermosa, apenas un poquito fría, pero soportable, ideal para jugar un poco en el agua. Así que empecé a hacer lo que hago siempre que voy al mar, pero esta vez con mi bikini de tanga diminuta, algo que que era nuevo para mí.
Empecé a saltar tirándome por debajo de las olas y saliendo por detrás de la rompiente. Se ve que con el pasar de los minutos subió la temperatura en la playa, por que de repente los chicos del micro estaban todos metidos en el agua como alrededor mío…, entre ellos, el mismo que no dejaba de mirarme en el micro, cruzando nuevamente la mirada.

El centro de atención


En ese momento, empecé a ponerme un poquito nerviosa. Ahora era demasiado notorio que estaba siendo observada, y me di cuenta que cuando saltaba a las olas, mi colita quedaba completamente para arriba, mojada y en tanga.

No sé si fue eso lo que me hizo desconcentrar o si la ola fue muy fuerte, pero la siguiente vez que me tiré, la ola me agarró, me revolcó y me dejó toda tirada.

Al incorporarme me di cuenta que mi hermosa bikini nueva se había desatado y mis tetas blancas con los pezones parados por el viento frío estaban al aire… a la vista de todos. Empecé a mirar para buscar mi bikini y me di cuenta que los chicos del micro me estaban mirando, cargados de un deseo animal tan fuerte que casi podía sentirlos en mi piel.

Todo para ver

Pronto me di cuenta de que no solo estaban mirando mis pechos… me estaban comiendo con la mirada también la concha. Resulta que mi tanga se había corrido, dejando a la vista de todos buena parte de mis labios vaginales. Ellos parecían no percatarse de que me estaban haciendo sentir incómoda. Mientras intentaba taparme las tetas y acomodarme la tanga, uno de ellos, el que me había estado mirando en el micro, me acercó la parte de arriba de mi bikini y me la entregó mirándome a los ojos.

Eso me hizo sentir muy bien, a pesar de que sus amigos me estuvieran comiendo con la mirada, con los deseos carnales aflorando, él no aprovechó para mirar mi desnudez y me ayudó.

Ese chico, un caballero, fue mi héroe en ese momento. Me dió la bikini y se paró de espaldas delante mío tapandome para que pudiera acomodarme. Me pareció un gesto hermoso, la vergüenza del momento me llevó a decirle un rápido “gracias” y a darme vuelta para salir del mar lo más rápido posible. Volví con las chicas agarre mi toalla, me acurruque y mis amigas empezaron a reírse y hacer chistes sobre el “quilombo” que había armado.  Terminamos hablando tonterías y la vergüenza de ese momento se pasó por completo.

Más tarde, volviendo a casa…



Más tarde, cuando volvimos a la casa después de todo el día de playa, llegó la hora de bañarse, así que fuimos sacando “turnos” cada una para nuestro momento en la ducha.

A mi me tocó segunda, así que deje mis cosas en la habitación, agarré mi toalla, mi shampoo y mi jabón, y me metí al baño.
Lo primero que hice fue mirarme al espejo, quería ver cuánto me había quemado. Me corrí las tiritas de la bikini y me miré con atención. No era mucho, pero algo de color había tomado; había quedado más bien un poquito rojiza porque con mi tonor de piel enseguida me pongo colorada.

Abrí el agua de la ducha y, a medida que me iba sacando el shortcito, la arena que tenia todavía pegada en mi cola se empezaba a desprender. Enseguida le tocó el momento a mi bikini. Desaté con cuidado la parte de arriba y noté que mis tetas también algo de arena todavía, así que empece a sacarmela con las manos. En ese momento, cuando mis dedos rozaron mis pezones, se despertó una sensación deliciosa en mi inetrior.

Momento de relajarse

El día había estado bastante cargado de emociones. Esa situación de quedar desnuda frente a esos hombres y darme cuenta de que me estaban mirando y deseándome ahora ya no me daba tanta vergüenza.

Seguí sacándome la bikini y, al sacarme la parte de abajo, nuevamente vi que estaba toda llena de arena… toda, así que usé mis manos para limpiarme y ahí fue cuando mi hora del baño se transformó en algo más.

Me metí a la ducha con el agua bien caliente, como a mi me gusta. Primero me mojé el pelo y el agua cayó sobre mis tetas. Fue bajando luego por mi cuerpo caliente, recorriéndome toda… ese calor me encendió, ya estaba en llamas. Así que empecé a hacer algo que me encanta cuando estoy un poco caliente y en la ducha: enjabonarme suavemente y tocarme toda.

Pasar mis dedos por la vulva y sentir ese roce me hizo arder aún más en fuego. Enseguida, se me vino a la mente la imagen de este chico musculoso que me había acercado la bikini, su espalda había quedado grabada en mi retina, y ahora la recorría toda en mi mente mientras mis manos me recorrían a mí.

Subiendo la temperatura…

Mis dedos se escabullían entre los labios de mi vagina y sentía como mi lubricación preparaba el terreno para la acción. Pasar los dedos lubricados sobre la pielcita de mi clítoris me hacía estremecer. De repente una idea se apoderó de mi mente y no pude frenarla… acaso él, ellos… ¿estarían haciendo lo mismo que yo? ¿Pensando en mí? ¿En cómo me vieron toda desnuda en la playa? Esa idea me enloqueció y empecé a imaginar a todos esos chicos tan sexys desnudos a mi disposición, ahora yo tenía el control sobre ellos.

Un final placentero, justo a tiempo

Mientras pensaba en todo eso, mis dedos no dejaban de tocar ni por un segundo mi clítoris, hasta que se me ocurrió probar como sería la sensación de tocarme con algo que no fuera mis dedos. Sin dudarlo mucho, empecé a frotarme sobre el clítoris con el jabón y, a decir verdad, la sensación generó una explosión en mi interior.

Mi concha se contrajo tanto que mis piernas se cerraron en un espasmo y emití un gemido profundo, mientras intentaba controlar mi respiración agitada por el orgasmo que había tenido. Toc-Toc (la puerta):

– “Tefi, ¿estás bien?”.

-“Sí, sí, me quemé un poco con el agua, ya salgo”,
Una sonrisa picarona me invadió y, con el alivio del orgasmo. Me enjuagué el jabón, me lavé el pelo y terminé mi baño, para prepararme para salir a la bailar esa noche. 

Si querés leer más, mirá esta historia.

Si querés saber dónde queda Villa Gesell, mirá.

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