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El viaje no resultó nada fácil. Tuve que enfrentar miedos y desafiar los mandatos con los que crecí para cambiar mi postura frente al sexo. Y fue así que, un día, me sentí lista al fin para coger nuevamente y disfrutarlo.

El viaje no resultó nada fácil. Tuve que recorrer un camino largo y sinuoso, enfrentar miedos, hablar de cosas que me provocaban mucha vergüenza, confesar mis secretos más profundos… 

Entonces tuve que romper tabúes, desafiar los mandatos con los que crecí, deconstruirme y rearmar mi postura frente al sexo. Tuve que darme los permisos para disfrutar del placer sin culpas ni remordimientos, sin sentir que estaba haciendo algo malo o pecaminoso. 

A lo largo del proceso, aprendí a conocerme y descubrí aspectos de mí que que no sabía que existían. Exploré los distintos rincones de mi cuerpo y empecé a conectarme con mi sensualidad. Aprendí a bajar las defensas y rendirme al deseo. Me permití darle rienda suelta a las fantasías y entregarme a mis instintos más bajos. 

Y fue así que, un día, me sentí lista al fin para coger nuevamente, con el compromiso firme con migo misma de ser auténtica y de no volver a fingir nunca más. Era evidente que algo importante había cambiado en mí: ahora sabía lo que me gustaba y podía pedirlo sin sentirme avergonzada. Podía participar activamente en la búsqueda de mi placer durante el sexo y decirle al otro qué hacer y qué no hacer. Finalmente entendí que aunque estuviera cogiendo, mi goce era también responsabilidad mía, no tenía que dejar todo enteramente en manos del otro, yo podía guiar el camino. 

Disfrutar del sexo

Había fantaseado tanto con poder disfrutar del sexo con un compañero que inevitablemente la idea de ese primer encuentro me generaba ansiedad. Coger no era nada nuevo para mí, tenía años de experiencia, pero todo siempre se había desarrollado de forma mecánica, en piloto automático. No me daba pudor desnudarme ni tener intimidad con otra persona, pero me preocupaba bastante mi falta de pericia en mi propio goce. Ni quería que se notara que aquel iba a ser mi debut en la exploración del placer de a dos. Tampoco quería tener que dar explicaciones sobre mi pasado.         

Hice, entonces, todo lo que tenía al alcance para prepararme y sentirme lo más segura posible. En la tarde previa al encuentro, recurrí a distintas técnicas de relajación que he ido aprendiendo con el tiempo durante mis prácticas de yoga. Entendí que una gran parte de la confianza en mí misma tiene que ver con sentirme y verme bien. Hay que empezar por quererse y gustarse uno, así que recordé el ejercicio de terapia en el cual tenía que pararme frente al espejo y seducirme con mi propia imagen

Me puse mi mejor lencería, un conjunto negro de encaje con transparencias que me hace sentir muy provocativa. Me gusta como esa tanga se pierde en mi culo y como ese corpiño deja entrever mis pezones. Sentirme deseable y bella aumenta mi confianza. Me maquillé, me cepillé el cabello suelto y dediqué un buen rato a mirarme al espejo para disfrutar de mis poses y miradas sugerentes. Luego, me perfumé con mi fragancia preferida, me puse un vestido negro, zapatos de taco alto y terminé de arreglarme. Ya estaba lista al fin para que me pasaran a buscar. 

La Química

La salida consistió en ir a cenar y tomar algo en un bar muy lindo de Palermo. El ambiente relajado del lugar ayudó a que me sintiera muy cómoda durante toda la velada. La química entre los dos era evidente y cada beso que nos dábamos era mejor que el anterior. Claramente había atracción entre los dos, piel como le dicen. Solamente restaba comprobar si todo eso sería igual en la cama. Decidí jugármela e invitarlo a mi departamento para cerrar la noche. Me pareció que sería mejor y más natural para mí que lo que fuera a pasar entre nosotros se diera en mi territorio. Así podría sentirme un poco más en control de la situación. 

Cruzamos la puerta de entrada y no fue necesario decir nada; una mirada fue suficiente para saber que ambos deseábamos fundirnos en un beso apasionado. Fuimos a parar al sillón y nuestros cuerpos vibrantes de deseo empezaron a enredarse entre sí. Metí mis manos por debajo de su camisa para acariciar su espalda, ansiaba tocar su piel. A su vez, él empezó a deslizar las yemas de sus dedos por mis piernas, cada vez más hacia arriba. Había pasado por esa situación mil veces antes, pero nunca se había sentido así. Empecé a descubrir lo agradable que puede resultar la sensación del tacto del otro subiendo por mis muslos, pasando por mi entrepierna, hasta llegar a mi concha caliente.

Me corrió la tanga a un costado y metió sus dedos en mi vagina húmeda. Yo le pedí amablemente que los sacara, que prefería que primero me frotara los labios y el clítoris con la palma de su mano por un rato. Él me sonrió y lo hizo; creo que lo excitó que le dijera lo que me gustaba y cómo quería que me lo hiciera. 

Como andar en bicicleta

Mientras él me besaba y me frotaba la vulva, yo comencé a desabotonar su camisa. Con mucho agrado comprobé que a este chico le gusta hacer ejercicio y que se mantiene en forma. Me encanta sentir la firmeza un torso y unos brazos tonificados rodeándome. Desabroché, luego, su cinturón y su pantalón, metí la mano dentro de su boxer y me encontré con su pene al palo, fibroso y lubricado. Lo apreté entre mis dedos y empecé a pajearlo. Hacía tanto tiempo que no tenía un pito entre mis manos… pero hacer una paja es como andar en bicicleta, ciertas cosas no se olvidan nunca. 

Él terminó de desvestirse por completo y me sacó el vestido que yo aún llevaba puesto. Recorrió mi cuerpo de arriba a abajo con una mirada lasciva y me mordió suavemente el pezón izquierdo a través de las transparencias de mi corpiño negro. Por primera vez en la vida gemí genuinamente estando con un chico. Esa mordida y las lamidas que siguieron a continuación me pusieron la piel de gallina.

Acto seguido, me desprendió el corpiño y me sacó la tanga, todo sin dejar de sostenerme la mirada, que a esta altura ya me resultaba tan seductora como hipnótica. Yo abrí mis piernas, invitándolo a acercarse y él, a su vez, me abrió los labios con sus dedos para hundir su rostro en mi concha. Comenzó a recorrerla con su lengua, a saborearla, lamida tras lamida, mientras yo lo agarraba del cabello, sosteniendo su cabeza contra mi argolla. Podía sentir todo mi cuerpo aflojándose, dejándose llevar, disfrutando la experiencia. 

Dar el paso

Luego llegó mi turno y me arrodillé frente a él. Empecé a besarle el pecho y bajar lentamente hacia su pene. Le lamí abundantemente el tronco y la cabeza para dejarlo bien lubricado y lo tomé con la mano derecha para comenzar a pajearlo con firmeza, de abajo hacia arriba. Antes de meterme de lleno su pito en la boca, bajé con la lengua por sus testículos y empecé a comerme sus huevos. Los lamí primero y los succioné después. A continuación le chupé la pija durante un buen rato, jugueteando con mi lengua por su cabeza, prestando atención a cada una de sus reacciones para variar la intensidad de acuerdo con sus gemidos. 

En un momento me dijo: “dejame cogerte” y la argolla se me estremeció de una manera que no encuentro palabras para describir. Tuve la seguridad de que estaba lista al fin para dar el paso. Se puso un forro y yo me senté sobre él con las piernas abiertas, una a cada lado de sus muslos, clavándome su pija hasta lo más profundo de mi ser.

Le pedí que me tomara de las caderas y que me besara mientras yo me movía recorriendo toda la extensión de su pija con mi concha. Había fantaseado tantas veces con ese momento, había sentido ansiedad, miedo y hasta vergüenza, pero ahí estaba ahora, redescubriendo a mis ventitantos lo que era coger como corresponde, disfrutando de mi cuerpo y del cuerpo de mi compañero. Garchar así se sentía agradable y placentero, pero empezaron a acosarme algunos pensamientos negativos: ¿iba a poder acabar? ¿iba a poder alcanzar el clímax cogiendo? Podía notar que la ansiedad me estaba empezando a afectar, tenía que parar de pensar o iba a arruinarlo todo. 

Con orgasmo o sin él

Recordé todo lo que había estado trabajando en terapia durante los últimos meses: no tenía que buscar el orgasmo como un objetivo, disfrutar del sexo era mucho más que acabar. Decidí entonces mandarme a mí misma y a mi ansiedad a la mierda y gozar de lo que fuera que me tocara experimentar esa noche, con orgasmo o sin él. 

Besé a mi compañero más intensamente y después le puse las tetas en la cara. Iba a pedirle que me las chupara, pero claramente se dió cuenta de lo que quería porque comenzó a hacerlo por sí solo. Le dije que quería que me volviera a mordizquear los pezones y puso nuevamente esa mirada lasciva que me había hecho mojar al principio. Apretó mis tetas, las mordió, las lamió, las succionó sin dejar de cogerme ni un minuto. Todo lo que hacíamos me encantaba, pero de nuevo empezaba a dudar de si podría acabar o no. 

Sin detenerme a pensarlo demasiado empecé a pajearme el clítoris al mismo tiempo que seguía montándome el pito que tenía dentro de la concha. El chico lo notó y volvió a sonreirme; creo que le gustó mucho porque sentí su pene endurecerse más en mi interior.

Aumenté la intensidad de mi pajeada y la sensación de placer se disparó. Comencé entonces a gemir más fuerte y a cabalgar sobre la pija con más rapidez, llevando mi pecho hacia adelante intencionalmente, para refregar mis pezones contra la cara de mi compañero. Un ardor divino empezó a brotar desde mi clítoris, expandiéndose, ramificándose por todo mi ser. Un espasmo me recorrió el cuerpo y me obligó a lanzar un gemido profundo y ahogado; no podría haberlo disimulado ni aunque hubiera querido. Sentí mi vagina mojada contraerse y apretarse rodeando el pene que la estaba penetrando, gozándolo en un orgasmo tan hermoso como los que había estado fantaseando durante tanto tiempo. Mi compañero clavó sus dedos en mi carne, apretándome el culo y no tardó en acabar, hundiendo su cara entre mis tetas. Misión cumplida para ambos.  

Si querés apoyarme en este proyecto podés hacerlo en mi pareton.

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