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Después de haber alcanzado mis primeros orgasmos masturbándome, no podía esperar para contarle a mi terapeuta sobre mis avances. En algún momento de mi vida, había llegado a pensar que era prácticamente frígida, pero ahora -aunque aún me quedaba un largo camino de aprendizaje y autoconocimiento por delante- estaba segura de que tenía la capacidad de disfrutar.

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Tefy Mi historia con el sexo
Tefy Mi historia con el sexo

Después de haber alcanzado mis primeros orgasmos masturbándome, no podía esperar para contarle a mi terapeuta sobre mis avances.

En algún momento de mi vida, había llegado a pensar que era prácticamente frígida. Ahora -aunque aún me quedaba un largo camino de aprendizaje y autoconocimiento por delante- estaba segura de que tenía la capacidad de disfrutar.

La sexóloga me felicitó y me dijo que el hecho de hubiera logrado resultados tan rápidamente era una excelente señal. Esto demostraba que todas mis dificultades habían estado siempre en mi mente. Era la prueba de que vencer mandatos y tabúes tenía que ver con animarme, con darse permisos a uno mismo. Reafirmó que yo no era anormal ni incapaz, solamente tenía que permitirme conectar con mis sensaciones, con mi imaginación y con mi cuerpo.

Sin embargo, mis inseguridades seguían ahí… Había logrado orgasmos masturbándome sola y mirando porno, pero tener sexo con una persona real y disfrutarlo era una historia muy distinta. 

Le comenté, entonces, que todavía no me sentía lista para coger con nadie. Ni siquiera podría animarme a un encuentro casual con alguien que no me importara volver a ver nunca si todo resultaba un desastre. La sola idea de tener relaciones con quien fuera me paralizaba de los nervios.

Yo nunca en toda mi vida me había sentido como un ser sexual, no conectaba con esa parte de mí y no creía que pudiera provocar a nadie. Tener sexo había consistido hasta el momento en actuar un papel, esforzarme para gustarle al otro lo suficiente para que no se diera cuenta de que no me estaba pasando nada. El foco estaba puesto en la otra persona, pero ahora tenía que reaprender cómo estar con otro y prestarme atención a mí misma a la vez.  

La sexóloga intentó tranquilizarme. Dijo que no había apuro, no hacía falta exponerme a nada que me incomodara. Sin embargo, nuevamente me dio tarea para el hogar, para reforzar la seguridad en mí misma.  

Las dos consignas

Lo primero y más sencillo que tenía que hacer era un ejercicio de relajación que me recomendó para bajar un poco la ansiedad antes de masturbarme o, si cambiaba de opinión, tener relaciones. Consistía en desnudarme y ponerme en una posición cómoda, sentada o acostada, respirar profundamente y, en cada exhalación, visualizar las distintas partes de mi cuerpo aflojándose cada vez más, de a una a la vez. Doy fe de que el ejercicio realmente funciona si uno se concentra de verdad. 

La segunda tarea iba a resultarme un poco más complicada, pero era clave para aumentar la confianza en mí misma y dejar de sentirme disociada de mi sexualidad. Tenía que producirme como si fuera a salir con alguien a quien quisiera provocar, maquillarme, ponerme los zapatos de taco más altos que tuviese y mi lencería más sugerente. Así vestida, tenía que pararme frente al espejo, enfrentar la imagen reflejada en él y gustarme; tenía que lograr verme bella y -no menos importante- sexy.

Mi nuevo mejor amigo: el espejo

Decidí usar para la ocasión mi conjunto negro de encaje y transparencias, ese que dejaba traslucir mis pezones a través del corpiño y que hacía juego con una tanga bien diminuta. Además, complementé el look con medias de lycra negra y portaligas, y me subí a mis estiletos preferidos. Ya estaba lista para verme en el espejo de pie de mi habitación y tenía una única misión: seducirme a mí misma desde la apariencia y desde la actitud.

Lo primero que hice fue mirarme de costado para ver el contorno de mi silueta. Soy de talla pequeña, una chica bajita, pero estoy bien proporcionada y me mantengo en forma. Cuido mucho mi piel porque soy muy blanca y por eso me encanta el contraste que generan me genera usar conjuntos negros. Observé, entonces, la forma en que mi ropa interior se calzaba en mis curvas y empecé lentamente a acariciar mi cuerpo mientras me miraba a mí misma a los ojos en el espejo.

Fui ensayando distintas poses, como si estuviera haciendo una sesión de fotos erótica o como si fuera una prostituta de esas que se ofrecen en las vidrieras del Barrio Rojo de Amsterdam. Pasé las manos por mi pelo suelto alborotándolo en forma salvaje, me paré de espaldas sacando cola y recorrí el hilo dental de mi tanga negra con la punta de mis dedos, allí donde se incrustaba en mi culo.

Me puse de frente con el pecho en alto y fui cerrando los brazos a los lados de mis tetas para acercarlas más entre sí, de modo que se vieran más grandes y turgentes. Por primera vez en mucho tiempo me sentí atractiva. Sentí la confianza de que podía calentar a quien quisiera, que mi cuerpo era bello, que si lo deseaba, podía ser la más perra de todas. 

Me puse a bailar en forma sugerente, meneando mi cintura en forma circular hasta bien abajo, sacudiendo mis caderas, inclinándome para perrear. Con cada perreo no solamente vibraba mi culo sino que también rebotaban mis tetas dentro de mi corpiño. Me gustó mirarme a los ojos mientras bailaba, me sentí empoderada y me dieron ganas de gozar mi cuerpo masturbándome. 

Acaricié delicadamente la punta de mis pezones con una mano y los labios de mi concha con la otra. Comencé a hacerlo primero por sobre la ropa interior, sintiendo mis partes a través de la tela suave, pero pronto quise que no hubiera ningún obstáculo entre mis manos y mi piel para disfrutar con más intensidad. Metí los dedos dentro de corpiño y apreté mis tetas con fuerza, tenía ganas de exprimirlas de placer. Toqué mis pezones haciendo movimientos circulares, los pellizqué, apreté las puntas, también las estiré. Empecé a sentir calor, en particular, en el interior de mi vagina… ya era hora de dedicarme un rato a estimularla también…

Metí la mano dentro de mi tanga desde arriba, bajando suavemente hasta llegar al clítoris, que empecé a frotar con rapidez. Pude sentir que se me erizaba la piel y que los pezones se me endurecían. Eso era evidente por la forma en que se marcaban las puntas debajo de la tela del corpiño. Estuve un rato así, disfrutando del masaje y noté que cada vez me mojaba más. Estaba tan lubricada que dedearme era lógicamente el próximo paso.

Deslicé mi dedos dentro de mi vagina, tan profundo como pude. Se sintió divino. Empecé a meterlos y sacarlos en forma lenta, al ritmo de mi respiración. Con cada inspiración y exhalación acompañada del movimiento de los dedos adentro de mi concha, me iba excitando más y no pude evitar acelerar el paso. Quería tener más manos disponibles para poder también acariciar mi clítoris y apretarme las tetas, todo sin dejar de meterme los dedos. Deseaba con todas mis fuerzas estimular cada zona erógena de mi cuerpo al mismo tiempo y explotar en placer, pero lamentablemente estaba sola. Eso me hizo pensar que -tal vez- no estaba tan lejos de animarme a estar con alguien más… 

Decidí sacarme la tanga para que nada me estorbara. Le di la espalda al espejo, me incliné quebrando la cintura y sacando culo, y empecé a bajarla lentamente como si estuviera haciendo un striptease. Imaginaba que me estaba desnudando para un amante. Cuando terminé de bajarla por completo, me puse de frente nuevamente al espejo y abrí los labios de mi concha formando una V con el índice y el dedo mayor de mi mano izquierda. Con los dedos de la mano derecha empecé a frotarme el clítoris con firmeza y rapidez, con hambre rabioso de orgasmo, como si mi vida dependiera de acabar.

Estaba tan excitada y mojada, mi cuerpo me resultaba tan provocativo que ya no podría parar. Frotarme se sentía tan bien… el calor en mi concha se intensificó aún más y mi respiración se hizo más profunda. Solté un gemido casi desesperado y estallé del placer. Si hubiera tenido que mantenerme en silencio, me habría sido imposible. El orgasmo brotó desde adentro, imparable, con una fuerza arrasadora. Mi clitorís latía y cada latido me hacía estremecer. Seguí masajeándolo porque no quería perder esa sensación hermosa, pero de a poco fue menguando. Me quedé así un rato con la mano sintiendo mi concha acabada y mirando mi imagen en el espejo. Me había transformado en la perra caliente que siempre había querido ser en el sexo.          

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5 COMENTARIOS

    • Hola Tefy !
      Muy buenos te felicito
      Me quedo con el del boliche
      Es increíble como un buen relato y la imaginación te pueden llegar a calentar tanto
      La mente es maravillosa
      Imagínarte me hizo parar bien la pija !!!
      Besos

  1. […] Hice, entonces, todo lo que tenía al alcance para prepararme y sentirme lo más segura posible. En la tarde previa al encuentro, recurrí a distintas técnicas de relajación que he ido aprendiendo con el tiempo durante mis prácticas de yoga. Entendí que una gran parte de la confianza en mí misma tiene que ver con sentirme y verme bien. Hay que empezar por quererse y gustarse uno, así que recordé el ejercicio de terapia en el cual tenía que pararme frente al espejo y seducirme con mi propia imagen.  […]

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